miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL ECOSISTEMA DE LA DEHESA Y EL CERDO IBÉRICO EN MONTANERA

Ecosistema del cerdo Ibérico. La dehesa.
La etimología de la palabra «dehesa» viene del vocablo «defensa» que quiere decir defendida, vedada, puesto que esta defensa era fundamental contra la trashu­mancia. La dehesa es un ecosistema característico del suroeste de la península Ibérica, en el cual, coexisten encinas, alcornoques y pastizales (gramíneas y legu­minosas).
En la descripción de la Península Ibérica de hace dos mil años, Estrabon destacaba que "... en su mayor extensión, es poco habitable, pues casi toda ella se halla cubierta de montes, bosques y llanuras de suelo pobre y desigualmente regado".
La recolección de los frutos naturales, principalmente la be­llota, constituía la base de la economía arcaica de los pueblos prerromanos, según detalla el mencionado geógrafo griego que, al referirse a los habitantes de la parte septentrional, puntualiza­ba: "Los habitantes de las sierras viven durante dos tercios del año de bellotas que secan y trituran y después muelen para hacer pan conservándolo largo tiempo".
La abundancia de los bosques en aquellos tiempos ha sido destacada por bastantes más fuentes de información.
El conflicto de intereses planteado por el aprovechamiento de recursos naturales con ganado porcino y demás ganados de los campesinos locales, así como la apetencia de éstos por la tierra para cultivar, fue motivo de importante regulación en la legislación visigoda, cuyo Liber Iudiciorum constituyó un verdadero código ganadero.
El alcance de los problemas inherentes al aprovechamiento de los montes y dehesas y los graves perjuicios para dicha riqueza, aumentaron con la creación de la Cabaña Real y con los privilegios otorgados a los rebaños trashumantes de los ganaderos de la Mesta. Autorizaciones similares se repitieron en diferentes tiempos; y aunque los mandatos reales imponían limitaciones en la dura­ción del aprovechamiento y establecían normas para proteger los árboles, diversas fuentes de información critican la tendencia de los monarcas de favorecer a los pastores transhumantes con per­juicio de los montes y dehesas.
La disputa por el aprovechamiento de recursos en los montes y dehesas se hizo más hostil en el área de mayor riqueza de enci­mares y alcornocales y, consecuentemente, en la de cría de cerdos, por el enfrentamiento entre agricultores locales, ganaderos de porcino y pastores transhumantes, cuyas apetencias por tales re­cursos se exacerbaron al final de la Edad Media y comienzo de la Moderna. La pugna se complicaba además al chocar estos tres órdenes de intereses con las disposiciones de los gobiernos de las ciudades y sus ordenanzas, no siempre bien aplicadas y con fre­cuencia incumplidas.
En el área de cría del cerdo ibérico, las ordenanzas se ocupa­ban bastante del aprovechamiento de los recursos y derechos del agua en favor de los cerdos, por la envergadura económica que comportaba el negocio porcino sustentado por las montaneras, al propio tiempo que defendían el mantenimiento de su aprovecha­miento comunal en contraste con el interés de los particulares empeñados en aprovechar tales recursos en régimen privado.
Está claro que la superficie arbolada de España ha venido su­friendo un grave deterioro a lo largo de la historia, a pesar de la promulgación de mandatos reales, ordenanzas locales y otras medidas como las comentadas, a las que han sucedido bastantes más hasta la época presente.
Mediado el siglo actual la dehesa arbolada ha atravesado otra grave crisis, pues como comenta el profesor Velarde Fuertes en el prólogo de la obra Economía y Energía de la Dehesa Extremeña, en dichos años, ante la tendencia a esfumarse la ganadería extensiva ligada al vacuno, lanar y porcino de montanera, así como del equino, prácticamente sustituido por la mecanización y mo­torización del campo, la energía del petróleo y de la electricidad penetró de forma acumulativa en las nuevas instalaciones gana­deras, con lo que vastas extensiones contemplaron como se eli­minaban sus posibilidades de aposentar ciertas ganaderías ex­tensivas.
Para algunos la dehesa significa solamente una finca rústica de gran extensión, susceptible de aprovechamiento ganadero extensivo, independientemente de la existencia o no de arbolado; para otros, es un bosque claro o hue­co de quercineas mediterráneas; otros la definen como algo si­milar, pero admitiendo especies arbóreas distintas, como fresnos e incluso pinos; y para otros, finalmente, se trata de cualquier pastadero próximo a un pueblo donde el ganado descansa y se alimenta, antes o después de sus recorridos diarios.
Actualmente se estiman dos acepciones principales de la dehesa, una etimológica y otra multiproductiva.
Según al acepción etimológica, la dehesa deriva del vocablo latino “deffesa” y alude originalmente al terreno acotado o protegido del libre pastoreo y reservado para el descanso y la alimentación del ganado de los pueblos, o para los señores feudales.
La acepción multiproductiva recoge el carácter agrosilvo­pastoral de la dehesa, porque asienta en suelos forestales no ap­tos para el cultivo agrícola continuado y rentable; y porque sus tratamientos, tanto forestales como de cultivo agrícola, están orientados en buena medida hacia la producción ganadera ex­tensiva.
La dehesa comporta, según esta última acepción, dos estratos principales: uno es el arbóreo, generalmente claro y de creci­miento y velocidad de reciclaje lentos; el otro es el herbáceo, de crecimiento y velocidad de reciclaje bastante rápidos.
En resumen, cabe decir que la caracterización principal de la dehesa depende del estrato arbóreo y del aprovechamiento ga­nadero.
Las características climáticas de los territorios adehesados son de veranos cálidos, inviernos no muy fríos y baja pluviosidad. Las precipitaciones se distribuyen de forma muy irregular a lo largo del año, presentándose con mayor frecuencia en otoño y en primavera, y con gran variabilidad entre años. Estas características climáticas constituyen, por tanto, un factor de suma importancia en la producción de la dehesa, lo que ha hecho encaminar de una forma determinada la explotación agropecuaria de este ecosistema.

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